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CERRO PROVINCIA – CARA ESTE DESDE ESTERO COVARRUBIAS.

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CERRO PROVINCIA – CARA ESTE DESDE ESTERO COVARRUBIAS.

Nos juntamos un día con Nico y Xime a almorzar en mi casa, cuando el amigo propone esta idea que ya tenía cerca de un año en su mente. Sólo estaba esperando la primera nevada y cordadas de su confianza para emprender la tarea. Hizo la travesía Covarrubias – Manzano en invierno del año pasado y quedó maravillado por las caras “este” que muestra la Sierra de Ramón, particularmente la del Provincia. A los pocos días me manda una foto de dicha cara precisamente tomada en esa travesía, donde se mostraba bellísima, totalmente nevada y con una gran línea de farellones custodiándola, con la cual terminó de convencerme de que lo intentáramos. Hice un track en Google Earth y se lo envíe.

Increíblemente Nico trazó la misma ruta. Con esa conexión la motivación no podía sino estar altísima. También se unió Rodrigo (quien guardó dicho track en el in reach) mientras que otros compañeros (que en un principio también irían como también aquellos que se estaban sumando el día anterior) por diversos motivos se fueron bajando. Así que éramos los cuatro.

Esa semana, particularmente el jueves en la madrugada, en Santiago llovió a cántaros. El viernes en la mañana la sierra estaba nevada desde los 1800 metros aproximadamente e iluminada por un sol radiante. Sin embargo, en la tarde las nubes cubrieron el cielo, y una vez que oscureció, la lluvia se dejó caer otra vez, lo cual significaría más acumulación de nieve en la montaña. Algunos pronósticos mostraban que precipitaría el sábado, mientras que otros lo descartaban por completo. Así empezaron las indecisiones de esa noche por whatsapp, si es que acaso sería o no prudente ir, en constante evaluación de los riesgos, principalmente de avalanchas y teniendo en consideración que la cantidad de nieve podría hacer inviable la marcha. A las 10:30 pm nos decidimos: listo, vamos. La idea era evaluar en terreno las condiciones, hacernos una idea visualmente desde la aproximación y dependiendo de lo que apreciamos optaríamos por intentar la Cumbre, o bien, como plan B, seguir hacia el Manzano mediante la travesía. Quedamos de juntarnos a las 8:30 en metro Manquehue.

A poco de salir de nuestros respectivos hogares, Xime nos escribe de que no partiéramos aun, porque su despertador no sonó y llegaría evidentemente atrasada. Pero a las 9 ya estábamos los cuatro reunidos en el punto de encuentro para tomar la micro, en medio de un cielo que de a poco fue abriéndose y dejando ver la Sierra impresionantemente nevada a partir de los 1200 metros aproximadamente. Pasamos a la Shell que está al inicio del camino a Farellones (donde aproveché de pedir una cuchara, pues se me quedaron los cubiertos), y después nos fuimos a la orilla del camino a hacer dedo. Prontamente pasaron dos vehículos, cuyos choferes gentilmente nos llevaron al cruce de La Ermita. Desde allí caminamos un poco y nuevamente nos llevaron a dedo hasta el km 3. El paisaje estaba muy bonito, la nieve cubría la vegetación, la humedad se sentía en el ambiente, y ya visualizábamos la quebrada por donde baja el estero Covarrubias. Así, luego de casi 2 km llegamos al punto donde supuestamente estaría el cuidador del fundo y a quien deberíamos convencer de dejarnos pasar. Nadie había. Así que simplemente nos metimos al claro sendero a seguir nuestro camino. Este transcurre por la ladera oriente y bastante metros más arriba del Estero Covarrubias.

A medida que avanzábamos obteníamos las primeras vistas de los filos que descienden desde el Provincia, resguardados por enormes, continuos e infranqueables farellones. Un poco más adelante se erigía el que ascenderíamos, cortado en un punto precisamente por aquella línea de farellones. Creo que en cada parada no dejábamos de mirar hacia allá y compartir nuestras ideas.

Pero antes de todo eso debíamos solucionar otra cosa: buscar la forma de bajar al Estero Covarrubias, encajonado y custodiado por sendos precipicios. Pasamos por una quebrada por cuyos bordes parecía factible descender, pero aun nos dejaba lejos del filo que pretendíamos subir, e implicaba remontar el estero sin saber que nos esperaba entre sus paredes. Por ello es que continuamos hasta quedar a unos 300 metros de Casa de Piedra, justo antes de adentrarnos en otra quebrada que va en dirección al Covarrubias. Allí nos detuvimos a comer y pensar acerca de qué hacer. Vimos otra posible bajada, que implicaba pasar la quebrada, traversear un poco y llegar a un punto del que no teníamos claridad como continuaría, si acaso serían las paredes rocosas del estero o bien una suave pendiente camino a sus orillas. En fin, decidimos regresar a la quebrada anterior. Sin embargo, a mitad de camino vimos el Covarrubias, en una zona que parecía levemente más amplia pero que aún nos dejaba la incertidumbre de si se podría llegar a él y remontar la ladera contraria, que a lo lejos parecía bastante inclinada.

Ese fue un momento decisivo, y por cierto que las opiniones estaban divididas en un principio. Sabíamos que, si tomábamos esta opción, entonces descartábamos la otra, y si no podíamos bajar además no habría travesía (dada la hora, pues eran las 3 pm) y haríamos el Terremoto (el cerro). Tomamos la decisión de jugarnos por esta opción. Descendimos unos 100 metros y empalmamos con una huella de animales que para nuestra suerte en pocos minutos nos llevó directamente al cauce del estero. El lugar era maravilloso. Las cristalinas aguas bajaban tranquilas, y dejaban espacio preciso para poner las carpas. A pocos metros volvían a caer, formando bellos pozones para pronto perderse nuevamente en el cañón. Y la ladera contraria no tenía la inclinación que desde arriba pensamos. Algunas huellas de animales permitirían subirla con comodidad.

Estábamos muy contentos de estar allí, en un lugar precioso, donde solo escuchábamos el sonido del agua y de las aves. Dejamos las mochilas y partimos a explorar por una bella quebrada que descendía desde los farellones del Provincia, con el fin de obtener una vista lateral del  filo, puesto que nuestra gran incógnita era si acaso tenía continuidad o bien se cortaría abruptamente. Tras unos 30 minutos y después de montarnos un poco en una ladera, pudimos ver ese tramo del filo que nos dejaba la siguiente perspectiva: Una vez que remontemos unos 500 metros la loma que nace desde el estero, llegaríamos al filo, para luego continuar por él hasta un morro rocoso que daba la impresión de que implicaría trepar en algunos puntos.

Desde allí, el cambio fue notable, puesto que el filo no parecía tener la continuidad deseada. Casi no tenía nieve, seguramente debido a su verticalidad, y había varios gendarmes que sortear. Ese era un tramo ciego en la fotografía que utilizamos para trazar nuestra ruta. Si lográbamos pasar eso, tendríamos que buscar la forma de adentrarnos a un canalón que llegaba a una vega (ahora cubierta de nieve) donde este se abría y parecía disminuir la dificultad. O sea, la clave era superar la parte abrupta del filo y montarnos al canalón.

Volvimos al lugar de campamento a armar las carpas, cada cordada instalándose en un lado del estero (era La forma posible). Xime y Nico al poniente del estero, y con Rodrigo al oriente del mismo. Luego nos juntamos en una roca a comer algunos aperitivos, tomar té y conversar, donde la palabra más repetida seguramente fue “continuidad”, en alusión al filo que vimos y que nos dejaba con bastante incertidumbre de si podríamos pasarlo. Ya eran más o menos las 6 de la tarde y estaba oscureciendo, bajando notoriamente la temperatura. Nos fuimos a las carpas a seguir con las actividades culinarias. Acordamos partir a las 6 am. A las 7 pm Nico y Xime estaban listos para dormir, mientras que con Rodrigo nos dispusimos a ello a las 8:30 pm, aunque por mi parte, no sin antes ver decenas de veces la foto que había tomado, comparándola con la que utilizamos para planificar nuestro ascenso.

Con Rodrigo dormimos de corrido hasta las 4:30 am, cuando sonó el despertador. En la otra carpa Xime y Nico no tuvieron la misma suerte, sobre todo Nico, a quien se le desinfló la colchoneta a poco de empezar a dormir. Preparamos el desayuno, empezamos ordenar las mochilas y desarmar las carpas. Si bien había un poco de escarcha en el cubre techo, no hacía tanto frío como habíamos previsto. Fuimos bastante puntuales y a las 6 am estábamos prácticamente dispuestos para salir. Con Xime y Nico esperamos a Rodrigo, que, si bien fue el primero en estar listo con casi todo, estaba buscando sus guantes y poniéndola la frontal al casco. En efecto, para estar los cuatro reunidos solamente tenía que dar un paso en una parte angosta que no debía superar el metro. En eso, pone su pie sobre la roca y pasa lo inesperado: resbala, cayendo de pie en un pequeño pozón, y tardando un par de segundos en reincorporarse para salir. Recuerdo claramente como el Nico con su agilidad mental y una mirada casi inexpresiva inmediatamente me dice “hasta aquí llegó el cerro”. En verdad los tres estábamos un poco atónitos de que haya pasado eso en un paso donde las probabilidades de caer eran bajísimas. No dijimos mucho, y simplemente nos enfocamos en buscarle una solución. Saqué una toalla para que se secara los pies, Rodrigo sacó unos calcetines secos y Xime le pasó unas bolsas para que usara entre los calcetines y sus zapatos que se encontraban empapados de agua. Finalmente, acordamos continuar, con el compromiso obvio de que nos dijera si tenía los pies muy helados y necesitaba bajar. Después nos contaría que no se le pasó por la cabeza abortar la salida, sabiendo que tenía muchos calcetines, que habría sol y que es el menos friolento del grupo.

Eran las 6:30 am cuando empezamos a caminar. Subimos los primeros metros, nos adentramos en un bosquecillo y rápidamente salimos a la ladera que después de 500 metros de desnivel nos dejaría en el filo. Esta ladera en su primera parte tenía unos 35 o 40° sobre tierra escarchada que a la vuelta sería un barrial, por lo que supimos que por ahí mismo sería un tanto dificultoso volver. Al poco andar empezó a aflorar la roca, incrementó la vegetación y apareció la nieve, volviéndose algo más seguro el terreno. Tras una hora y media llegamos al inicio del filo junto con el amanecer, cuando los primeros rayos de luz estaban próximos a regalarnos algo de calor. El paisaje era maravilloso y tornaba a la Sierra de un amarillo intenso, mientras que a lo lejos el Plomo y el Altar parecían desprender sus primeras nubes. Frente a nosotros, y a 200 metros de desnivel teníamos el morro rocoso (que terminamos por llamar El Morro), por lo que luego de un par de fotos del bello entorno, nos dirigimos hacia él a través del filo. En el camino escuchábamos el bello canto de un ave que no conocíamos, que parecía seguir nuestro trayecto posándose en la cima de las rocas, y que al ser gordito y silbar de manera bastante particular, fue tiernamente llamado por Nico como el “gordito silbador”. Desde su base hubo que trepar y caminar alternadamente, a través de bloques de diverso tamaño cubiertos por la nieve polvo que hacía dudar de su estabilidad. Nico iba abriendo, encontrando con buen juicio las pasadas.

Nos juntamos los cuatro en El Morro a mirar lo que se venía: un filo angosto en el cual se levantaban dos prominentes gendarmes, y al final una pared que nos obligaría a traversear de alguna forma hacia el canalón. Todos entramos en disposición de ir hacia lo desconocido, tirándonos buenas energías, bien concentrados y atentos de no meternos a algún lado en que no podamos devolvernos ni continuar sin ponernos en serio riesgo. Estábamos a unos 30 metros del primer gendarme listos para partir, cuando Nico dice “yo creo que se puede por la derecha”, ante lo cual pensé: “weón estay loco”. No se lo dije, pero fue un pensamiento instantáneo. Nos acercamos y todos llegamos a la conclusión que por la derecha era inviable, puesto que el gendarme era de roca porosa, y la abrupta pendiente de piedra tenía otras pequeñas sobre ella, para continuar un par de metros ladera abajo y cortarse hasta quizás donde. Tampoco era viable trepar el gendarme. Nos quedaba mirar por la izquierda. Era la opción que teníamos, y que como fuera, no podríamos asegurarlo, puesto que no había donde poner una anilla o una estaca para instalar un pasamanos. Nico fue a ver qué había, y maravillosamente bien pegado a la roca era posible traversear por la nieve, aunque con una exposición que obligaba a dar cuidadosamente cada paso. Ya casi terminando de rodear el gendarme, Nico y Xime subieron un par de metros para ver si se podía remontar el filo por unas rocas, pero decidieron que no era seguro. Rodrigo siguió avanzando en traverse hasta una especie de canalón que tras unos 20 metros podría dejarnos en la arista. Sin embargo, la nieve polvo impedía adherirse y tornaba resbalosa la roca. Xime estaba un par de metros más atrás probando otra posible subida en una zona de mayor inclinación. En ese instante Nico me pidió la cuerda, e inmediatamente al lado de donde intentó Rodrigo, decidido empezó a subir, esforzándose en cada paso para no caer, a veces arrastrándose para lograr avanzar sobre esa placa cubierta de nieve polvo, que la mojaba y tornaba resbalosa. Hasta que finalmente llegó arriba. A los segundos apareció Xime, que logró sacar su propio tramo luego de cuatro pacientes intentos, con esa mente que a nuestro juicio parece sentir el miedo en grados bastante menores que los nuestros. Nico nos aseguró al cuerpo, y subimos procurando no cargar todo nuestro peso. Ya estábamos los cuatro en la arista, habiendo superado el primer gendarme.

Prontamente nos encontramos con el segundo gendarme, y aquí sí que fue evidente que por la derecha no se podía. Simplemente caía a pique hasta donde no lográbamos ver. Creo que escalar el gendarme ni siquiera se nos pasó por la cabeza., ya que era lisa, vertical, y no podíamos ver que tuviese manos ni pies adecuados. Nos quedaba nuevamente intentar por la izquierda, donde parecía que tras unos metros volvía a caer. Fui a mirar dando lentamente cada paso y de repente sentí una alegría repentina al ver que era posible avanzar al menos unos 20 metros. Después de eso, daba la impresión de que perdía continuidad. En todo caso, la ladera que daba al canalón a nuestra izquierda (aunque en ese punto era más bien una quebrada) ya se podía descender en caso de no poder continuar por donde íbamos, no obstante, a los pocos metros parecía tener un tapón de roca que impediría el paso, así que forzamos lo más posible el traverse. Luego de esos 20 metros me pareció que se ponía peligroso seguir por ahí y les dije a mis amigos que se acercaran, miraran y tomemos una decisión. Optamos por bajar a la quebrada, que estaba a unos 40 metros. A mitad de camino y luego de una rápida conversación, decidimos que Xime y Nico irían a ver el tapón de roca, mientras que con Rodrigo traversearíamos unos metros para luego trepar e intentar llega el punto que antes nos pareció inviable debido principalmente a la precaria nieve, pero que desde la perspectiva que ahora teníamos se mostraba factible. Así, despejando con los guantes la nieve de la roca, me hacía camino lentamente. En los últimos metros la exposición aumentó, pero quedaba tan poco que no valía la pena devolverse.

Una vez allí, en esa especie de hombro, caminé un par de metros y ya se podía bajar tranquilamente a la quebrada sin tener que pasar por el tapón de roca. En ese momento Nico y Xime estaban en la tarea de superar cuidadosamente dos tapones de roca en la angosta quebrada (en vez de uno, como habíamos pensado), que no tenían buenos agarres para las manos, y que además de transcurrir por la roca, lo hacía por nieve polvo sobre tierra escarchada. Me devolví para asegurar a Rodrigo. En el intertanto Xime ya había logrado pasar los dos tapones y Nico estaba esperando la cuerda para superar el segundo. Una vez que mi cordada subió me dirigí donde Nico quien justo logró sacar el paso sin usar la cuerda. Finalmente nos reunimos los cuatro e inmediatamente continuamos, puesto que ya eran las 11 am y el sol iba a empezar a dar directo en la quebrada, lo cual aumentaba la probabilidad de caída de material o alguna avalancha.

De a poco se fue abriendo hasta que llegamos a la vega, torcimos a la izquierda por una ladera con menos nieve y llegamos a un lugar relativamente plano, donde nos detuvimos a descansar, comer y compartir la alegría de sentir que ahora sólo debíamos caminar un poco más y que llegaríamos a la cumbre seguramente en un par de horas. El in reach nos indicaba que, si bien quedaban 3 kms y 500 metros de desnivel, estos transcurrían por terreno sin mucha pendiente. Continuamos la marcha hacia el filo de la izquierda, donde aparece otra quebrada. Traverseamos para meternos en ella sin perder altura, y pronto nos pasamos a la ladera opuesta ya que había menos nieve, lo que hacía más grata la marcha.

Al llegar cerca de su final torcimos un poco hacia la izquierda en franca dirección a la arista del Provincia que conecta con el Ñipa. Quedaba la última pendiente y desde ella pudimos ver el domo, a unos 50 metros y la cumbre unos pocos metros más arriba. Nos dirigimos directamente a ella, llenos de energía y tremendamente felices dando los últimos pasos. Hasta que llegamos, siendo las 1:30 pm. Nos abrazamos, nos dimos el “feliz cumbre”. ¡Habíamos llegado por la Cara Este del Provincia! Nos sacamos la mochila con esa sensación de satisfacción, de haber tomado las decisiones correctas, de haber buenas lecturas del terreno y que como consecuencia de ello hayamos podido subir por esa ruta hasta la cumbre.

Bajamos hacia el domo, y fuera de él pusimos un nylon para sentarnos, cocinamos nuestro almuerzo y derretimos un poco de nieve. Allí estuvimos hasta las 3 pm, comiendo, descansando y conversando.

Empezamos el descenso por la ruta normal camino hacia San Carlos de Apoquindo, donde llegamos a eso de las 6:45 pm. Quizás hubiésemos llegado un poco antes de no ser por las dolorosas ampollas que no me salían hace años. Pero bueno, nada que la posterior celebración en el hogar de Nico, con pizzas, navegado y demases, no haya solucionado.

Así terminó nuestro fin de semana, tremendamente contentos con la ruta que hicimos, de las decisiones, de las confianzas, del grupo y de que la montaña nos permita disfrutar de sus maravillas, de sus rincones escondidos.

Cordadas:

Ximena Noriega – Nicolás Álamos

Rodrigo Parra – Gastón Fuentes