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Cerro Vega

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Cerro Vega

CERRO VEGA
29 y 30 de agosto de 2015
Escrito por Elizabeth Mejías
Fotografías: Constanza Pinochet, Paula Urizar y Gabino Reginato

Sábado 29 de agosto

Desde distinto puntos de Santiago, partimos rumbo al Cajón de Lo Valdés en busca de la cumbre del Cerro Vega. El lugar se constituyó en nuestra segunda opción luego de que supiéramos que Alto Maipo mantenía cerrado el acceso al Cajón del Arenas.

Desde el Líder de Macul, sobre el Gabinomóvil partimos Cony, Xime, Pauli, Espe, Guille, Gabino y yo. En San Gabriel, cerquita del retén de carabineros, nos conocimos con el resto del grupo y en otros casos nos reencontramos con viejos rostros que andaban desaparecidos. Paula, Willy, Víctor, Diego, Nacho, Luis, Verena, Dager, Ariel, Francisco, Sebastián, Daniel, Cony, Xime, Pauli, Espe, Guille, Gabino y yo, entre otros, integrábamos la gran cordada Ramuch.

Después de registrarnos, tomamos dirección hacia Lo Valdés, donde dejamos los vehículos para internarnos en el cajón. Esta era mi segunda vez en aquel lugar, la anterior fue en noviembre del año pasado el marco del curso de técnicas invernales. Al igual que en aquella oportunidad el ascenso inicial me pareció extenuante. Luego de sortear ese primer tramo, las verdes laderas mostraban manchones de nieve mezclados con barro, y a medida que nos elevábamos su blancura, extensión y profundidad se apoderaba del terreno. De un momento a otro, las montañas mostraban todo el glamour que les da el invierno… era mi segunda vez en el lugar, pero la primera con ese color y reflejo.

Acordamos instalarnos a los pies del filo norte del Vega. Cada una de las cordadas comenzó a armar su campamento. Paleos, pequeñas trincheras y pircas hechas con bloques de nieve fueron la tónica.

Con Cony y Xime estábamos muy entusiasmada por lo que era nuestra primera experiencia montañera juntas, hasta que un viento traicionero nos jugó una mala pasada y rompió una de las uniones del parante. No había tiempo para desmoralizarse, así que rápidamente buscamos soluciones. Pero no hubo duct tape ni cordín que nos sirviera para reparar el desperfecto y ya era muy tarde para construirnos una cueva ¿qué hacer entonces? Empezamos a buscar asilo entre las carpas de nuestros compañeros y compañeras, quienes se mostraron muy dispuestos a acogernos. Sin embargo, la idea de separarnos no nos gustaba, queríamos permanecer juntas. Al parecer nuestro deseo fue tan fuerte que despertó el corazón e ingenio de Gabino quien nos recomendó cavar una trinchera y luego cubrirla con el techo de la carpa. Ayudadas por Pauli, Gabino, Guille y Daniel comenzamos a construir nuestro refugio, al que finalmente terminamos llamando “el hogar”.

Dotado de escalinata, despensa y tocador, “el hogar” nos permitió seguir siendo cordada con todas las de la ley. Mi más profundo agradecimiento a quienes participaron en esta gran hazaña arquitectónica, en especial a Gabino, el genio intelectual.

Lentamente el día nos dejaba mostrando sus últimos colores y luces, las que refractaban entre sinuosidades, pendientes, cúspides, rincones y paredes. Con el atardecer encima, nos reunimos para acordar los detalles de lo que sería el ataque de cumbre. Gabino como encargado de la expedición entregó las indicaciones: el ascenso se realizaría por el filo norte y la marcha se iniciaría a las 4 am. con crampones y polainas puestos.

Domingo 30 de agosto

3 am. suena la alarma que, precedida y continuada por otras, anunciaba el inicio del ascenso final. La noche en “el hogar” fue todo un éxito, sin frío ni derrumbes (que eran nuestros principales temores). Té, pan con palta y pasteles de mil hojas fueron los escogidos para iniciar al día. Luego, a preparar la mochila y ¡emprender el rumbo!

Una gigante y brillante luna llena hacía de las frontales algo accesorio. Zigzagueando por la ladera de la montaña avanzábamos en busca de la ruta. En el camino nos abandonó Guille, quien no se sentía bien del estómago y fue acompañado por Pauli, su cordada. Un homenaje para ella, pues muchas veces no es fácil decirle no a la cumbre ¡Qué viva el compañerismo y la amistad en el cerro!

El grupo de avanzada hizo un gran trabajo abriendo la ruta, cada cierto tramo nos reagrupábamos y seguíamos caminando. A medida que el día avanzaba, la ruta se hacía más pesada y la pendiente se sentía más complicada “¿falta mucho?” “¡qué cansancio!” “¡estoy cha’pico!” “voy bien, tranqui”, eran algunas de las expresiones que a ratos se escuchaban. El viento por su parte comenzó marcar presencia y la mayor parte del trayecto hacía el caminar más tedioso, aunque recuerdo que su fuerza nos ayudó a Xime y a mi a sortear la pendiente previa al filo final ¡el viento nos tomó por la espalda y de un soplo nos empujó hasta arriba!

Ya en el último filo, junto a Coni y Xime divisamos a parte del grupo en la cima, el entusiasmo cumbrero nos ayudó a acelerar el paso y prontamente nos reunimos con ellos. Una vez allí, contemplamos la solemne belleza de las alturas, suspiramos profundamente, tiramos la mochila, sonreímos y nos estrechamos en un cariñoso abrazo. Pronto se sumaron otros compañeros y compañeras. Múltiples abrazos cumbreros y las fotos de rigor cerraron el momento.

El descenso fue bajo un grato sol que anunciaba lo que más tarde sería la tónica: “nieve sopa”. De vuelta en el campamento base, de mano en mano desfilaban las raciones de marcha: duraznos en conserva, galletas, sándwiches y otras delicias que ya no recuerdo, se sumaban para la necesaria reposición de energías. También corrían las experiencias e impresiones relativas al ascenso.

Ya solo nos quedaba levantar nuestro equipo y emprender la última caminata del día. Una a una las carpas fueron desapareciendo y las cordadas nos alejábamos del lugar.

Después de sortear múltiples hundimientos en la nieve y resbalones, llegamos al lugar donde habíamos dejado los autos. Refrescarse y elongar fueron las acciones preferidas. Incluso algunos cambiaron sus pintas ¡ni se notaba que habían subido un cerro!
En San Gabriel pasamos a comer las ya clásicas empanadas y aprovechamos de realizar la también clásica evaluación de la salida. Se destacó el rol de Gabino, el trabajo de las cordadas y se enfatizó en la necesidad de propiciar espacios de formación para los “menos experimentados”.

Antes de emprender el viaje que nos llevaría a nuestros hogares, el señor que horneaba las empanadas nos contó lo que estaba sucediendo en el Cajón del Arenas producto de las obras de Alto Maipo. Nos invitó a que como montañistas nos organizáramos en pos del libre acceso al lugar, pues su restricción era una injusticia en diferentes niveles y afectaba a muchas personas. Creo que sus palabras son un buen cierre para este relato, pues nos invitan a pensar en las montañas más allá de la práctica deportiva y la contemplación, y en la profundidad de la frase “la libertad de las cimas”. A lo menos cuestionarnos nociones de propiedad privada, patrimonio natural, modelo de desarrollo, recursos naturales… pues, al igual que en práctica del montañismo, la ruta que escojamos sí tiene importancia.